La bruja de La Huasteca (La Bruja de Tepetzintla)

En el pueblo de Coopaltiquetl o Coopalchiquetl (hoy Coopaltitlan), a principios de siglo XX, poco antes de la Revolución, vivió una mujer llamada Marcelina Luis Morales, quien era muy conocida porque se trasformaba en animal, amparada bajo el manto oscuro de la noche; se valía de polvos y brebajes raros para dormir y dominar a su esposo Macario Cruz Hermelindo. Marcelina poseía un aspecto deprimente, puesto que daba la impresión de que no dormía ni comía nada, ya que tenía grandes ojeras y su tez demasiado pálida, sus largas uñas parecían garras de animal salvaje, su cabello era muy escaso y delgado hasta el grado de tener espacios vacíos como de calvicie.
Justo a las doce de la noche, en su alejado jacal, rodeado de árboles viejos con ramas grandes y sombrosas, en medio de ellos había un pozo profundo donde a esa hora Marcelina empezaba un extraño ritual: rociaba aguardiente con la boca y ahumaba con copal todo el lugar, hacía oraciones y rezos demoníacos, en forma extraña que hasta le cambiaba la voz. Posteriormente, hacía lumbre en el suelo y se ponía a brincar de un lado hacia otro durante un buen rato. En determinado
tiempo de estar saltando esa hoguera, se sentaba frente a una “lejía” (recipiente hecho de lodo forrado de ceniza para almacenar agua) y empezaba a untarse ceniza húmeda en las rodillas hasta que se desarticulaba sus extremidades, quedándose sin rodillas y pies. Su rostro se desfiguraba por completo, apareciéndole un hocico y colmillos punzantes, con las piernas y manos como ancas de rana. Entonces comenzaba a salir sangre espesa de su espalda e inmediatamente le brotaban unas alas negras y gigantes que le cubrían todo su cuerpo.
En silencio, bajo las sombras de la noche, pensaba y pensaba a qué hogar atacar. En cuestión de segundos empezaba a volar en busca de niños recién nacidos para chuparles la sangre hasta dejarlos vacíos. Su lengua era también enorme y larga que le permitía atacar a los bebés desde muy lejos, dándose prisa para que no la sorprendiera el día, pues de lo contrario nunca podría volver a su estado natural.
Una noche, Macario su esposo llegó sin avisar, cuando regresaba de un baile en San Juan a su casa y quiso darle una sorpresa a su mujer. Se escondió tras las plantas de maíz para poder acercarse; brincó la cerca de otate y se asomó por la ventana. El fuego de la hoguera iluminó su asombrado rostro, que se quedó sin habla ante lo que estaba sucediendo. Vio cuando Marcelina saltaba la hoguera de lado a lado y no le quedó la menor duda de lo que la gente andaba hablando de ella. ¡Sí, descubrió que su vieja era aquel temido y odiado ser del que tanto se comentaba en casi toda la sierra y que tantos males había causado! Era tan mala y vivía tan hambrienta que hasta a sus propios hijos les había chupado la sangre hasta matarlos.
Cuando Macario la vio trasformada, sintió que la odiaba con toda su alma. De pronto se quedó triste, sentado en la parte trasera del jacal, abrazando un morral empolvado que contenía ropa y un sombrero pequeño. Derramó unas lágrimas y se quedó con la mirada perdida, estática como si hubiese muerto. Ella, la mujer que tanto tiempo había sufrido la pérdida de sus tres hijos, era la misma que los había matado.
Entonces, Macario escondido horas después tras la puerta, espiaba, veía como se estaba quitando sus extremidades inferiores y una vez que se aseguró que ya no había nadie en el jacal, rápidamente tomó las rodillas y corrió hacia la sierra de Kotontoctepetl y en un lugar muy alejado, allá las enterró y regresó para terminar su venganza, de tal manera que cuando la bruja llegó de su terrible viaje, el jacal estaba ardiendo en llamas, todo estaba perdido. La bruja estaba desesperada, intentando apagar el fuego para poder recuperar sus extremidades, pero nunca lo logró y quedó convertida en animal sin rodillas hasta que se enfermó de tristeza y murió.
Se cuenta que su alma vaga en pena por los montes y pueblos cercanos. Hasta dicen que revive en los cuerpos de otros brujos o brujas, en el mes de marzo que es cuando iniciaba el año del calendario indígena, para seguir haciendo sus terribles males.

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